Medallística

El retrato encontró en la medalla un campo extraordinariamente propicio para su desarrollo como género. La voluntad de emulación del mundo clásico que se impuso con el Renacimiento descubrió un formato inspirado directamente en el numerario romano en el que recuperar y desarrollar el retrato a la antigua usanza. Los artistas, incluso, adoptaron en algunas de las imágenes de los gobernantes convenciones iconográficas asociadas a la representación del poder como las coronas de laurel, los mantos militares o las corazas propias de los antiguos emperadores romanos. El hecho de que la medalla conmemorativa se vinculara desde el principio a personajes concretos ayudó mucho. Su representación se reservó para la cara principal de las piezas hasta el punto de que el retrato monopolizó de forma absoluta los anversos de las medallas. Además, el mensaje icónico normalmente se reforzó con inscripciones que aclaraban la identidad del personaje retratado y, por supuesto, con otras imágenes que ocupaban el campo del reverso de la pieza. El ideal humanista de la fama quedaba garantizado de este modo sobre el soporte metálico hasta el punto de poderse afirmar en una frase afortunada que los gobernantes morían y los imperios caían, pero la medalla perduraba.
Antonio Pisano, dit «Pisanello», Juan VIII Paleólogo, 1438 |
Los grabadores aprovecharon el reverso de la medalla como un campo con vocación narrativa. En la medalla canónica el anverso o cara principal se reservaba al retrato del comitente o del homenajeado y, en cambio, el reverso se utilizaba para representar lo que se quería que fuera recordado y vinculado al retratado. Una de las formas de desarrollarlo más nuevas y creativas fue la introducción de representaciones de arquitecturas reales o de grandes escenarios urbanos o de campo. El artista, en este ejercicio que ya había sido ensayado con éxito en la pintura de gran formato y en el grabado de las láminas de atlas monumentales que reunían vistas de ciudades famosas, sólo tuvo que trasladar o traducir estos escenarios al formato reducido y circular de la medalla que los mostraba como si se miraran con la ayuda de un catalejo. Los medallistas al servicio de los romanos pontífices destacaron en el tratamiento de estas vistas. En su producción de medallas anuales ordinarias u otras extraordinarias se puede seguir la topografía de la ciudad eterna y de los estados pontificios en forma de perspectivas urbanas, pero también de secciones, plantas y vistas frontales de sus principales monumentos, obras públicas y de las reformas urbanísticas que emprendían y que eran recordadas y vinculadas así por siempre a su impulsor.
Gaspare Morone, Alejandro VII y la ampliación del Palacio del Quirinal, 1659 |
El módulo, generalmente reducido, de las medallas dificulta la plasmación de escenas naturalistas. Así triunfó el uso de un lenguaje o código convencional propio integrado por un amplio repertorio de símbolos, alegorías, personajes mitológicos y emblemas que poblaron los reversos de las medallas. Algunas imágenes como las personificaciones de ríos, ciudades, territorios o las representaciones de divinidades mitológicas ya habían sido ampliamente desarrollados en la moneda romana y eran conocidas por el público cultivado en la lectura y estudio de los clásicos. Efectivamente, la mitología grecorromana era utilizada para evocar las acciones del presente e, incluso, permitía juegos de identificación que ya habían sido ensayados en la antigüedad para determinados personajes o familias que se vinculaban o asociaban con divinidades singulares que se convertían en tutelares. Una novedad más importante, en cambio, fue el desarrollo de emblemas, jeroglíficos, alegorías, palabras, empresas y escudos arraigados en la tradición del otoño de la Edad Media y que encriptaban un mensaje determinado. Éstos se desarrollaban como un desafío a la erudición del que tenía en sus manos la pieza y que tenía que hacer el ejercicio de relacionar, por ejemplo, el ancla con la Fe, una palmera llena de dátiles con la Fertilidad o el sol con la plenitud del poder real.
Anónimo, Cardenal Mazarino, 1660 |