Contexto cronológico
A principios del siglo XVI, el modelo renacentista ya era el estilo hegemónico en las ciudades estado del norte de Italia y en Roma, el principal foco de irradiación de esta nueva cultura. En Cataluña, el ritmo fue distinto y muchas novedades figurativas se adoptaron de forma superficial, sin que el modelo gótico tardío, que todavía disfrutaba de gran aceptación entre la clientela de la época, desapareciera. Buena parte de estas pequeñas transformaciones las protagonizaron artistas provenientes de otros territorios, abiertos a incorporar un repertorio tipológico y compositivo más variado. El resultado fue que los artistas adoptaron un lenguaje eclecticista que incorporaba aspectos de diferentes corrientes estilísticas, el cual debe interpretarse, más que como una limitación, como un síntoma de vitalidad creativa.
Ayne Bru, Martirio de san Cucufate, 1502-1507 |
Ayne bru, San Cándido, 1502-1507 |
La historiografía acuñó el término Siglo de Oro para referirse a una época, el siglo XVII, caracterizada por un cambio de rol de los artistas peninsulares en el contexto europeo. Pese a haber alcanzado estos maestros un alto nivel cualitativo, la hegemonía clasicista los situaba a la periferia del sistema artístico. Se consideraba que su aportación era poco relevante porque se inclinaban por el naturalismo, lejos del idealismo canónico. Pero el descubrimiento moderno de la obra de pintores como Velázquez, Zurbarán o Ribera supuso un cambio: su creatividad empezó a ser reconocida y se abrió el foco de interés de los eruditos europeos. Se puso en valor su originalidad y aportación a la configuración de un modelo barroco europeo, que había encontrado en la escuela española un contrapunto estimulante, la visión mística convertida en un estereotipo cultural.
Josep de Ribera, Martirio de san Bartolomé, 1644 |
Francisco de Zurbarán, San Francisco de Asís según la visión del papa Nicolás V, hacia 1640 |
En busca de un autor: ¿Velázquez o Ribalta?
A diferencia de la época moderna, la mayor parte de obras anteriores, no suelen incluir la firma del autor. Esta ausencia incide en el conjunto relacionado con Diego Velázquez, uno de los más emblemáticos de la colección. El museo conserva un San Pablo no firmado que, por analogías estilísticas evidentes con otras producciones velazqueñas de juventud, de la etapa de actividad sevillana del pintor, anterior a su traslado a la corte madrileña, no admite dudas sobre la autoría.
Las otras dos pinturas son más controvertidas y los especialistas no coinciden en establecer la autoría. En el supuesto retrato del filósofo y teólogo Ramon Llull se produce una paradoja. Mientras que las características formales de la obra, muy acusadas en los rasgos de la fisonomía del rostro y en la factura, apuntan a Velázquez, o a algún pintor cercano a su círculo, la documentación de época y una inscripción en el reverso determinan que el autor es Francesc Ribalta. El mismo nombre aparece también en el inventario de bienes post mortem del marqués del Carpio, noble del siglo XVII y antiguo propietario de la obra. Pero no hay ninguna otra producción de Ribalta que se acerque estilísticamente.
En cuanto al san Juan Evangelista en la isla de Patmos, además de atribuirse a Velázquez, los especialistas incluyen otros grandes nombres de la pintura española de la época. En estos momentos, se apunta a una autoría incierta que habría que emplazar en Andalucía. También existe la posibilidad de que fuera una copia, de una incontestable calidad, hecha a partir de un modelo de época, perdido o no localizado.
Diego Velázquez, San Pablo, hacia 1619 |
Francesc Ribalta, Ramon Llull, hacia 1620 |
Anónimo. Andalucía, San Juan Evangelista en Patmos, 1616-1625 |
El horizonte de la época en Cataluña se caracteriza por la continuidad artística y el empleo de fórmulas y soluciones compositivas autóctonas, fruto del predominio de obradores locales, donde circulaban las estampas como herramienta de trabajo. Ello no excluye algunos episodios que reflejan cierta permeabilidad a otras influencias figurativas. En dicho marco, Antoni Viladomat es un autor fundamental para entender la pervivencia de los modelos devocionales hasta muy avanzado el siglo XVIII. Gracias a su hegemonía, se convirtió en un artista de referencia, circunstancia que lo promovió como el pintor más codiciado por la clientela del momento.
Hacia finales de siglo, el panorama se diversificó y enriqueció con la aparición de pintores que, como en el caso de Francesc Pla, el Vigatà, se convirtieron en reputados especialistas que decoraban las paredes de los nuevos palacios aristocráticos que se construían.
Antoni Viladomat, Bernardo de Quintaval reparte sus bienes a los pobres, hacia 1729-1733 |