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Del 8 de octubre de 2025 al 11 de enero de 2026
Catálogo de la exposición
Sala de prensa
La exposición Tinta contra Hitler es la presentación en Barcelona del descubrimiento del único artista catalán y español que trabajó masivamente para la propaganda británica y de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Del 1941 al 1945, el catalán Mario Armengol Torrella (Sant Joan de les Abadesses, 1909 - Nottingham, 1995) dibujó unos dos mil cartoons o caricaturas al servicio del Ministerio de Información británico contra el Tercer Reich y el Eje para publicarlos en diarios y revistas de países aliados de Londres y neutrales, desde Nueva Zelanda a Haití.
La exposición presentará una selección de los originales conservados por el autor y la familia que, junto con las publicaciones en las que aparecían muchos de aquellos cartoons, se convierte en uno de los mayores fondos a escala mundial sobre ilustración de sátira política del conflicto más terrible de la historia.
Se trata de un espectacular fresco, hasta hora sorprendentemente desconocido ya que las ilustraciones de Armengol se encuentran junto a las de los más influyentes dibujantes y cortoonists de los UK, como David Low, Giles o Illingworth. En ellas se pueden ver caricaturizados casi todos los frentes de guerra y las figuras más destacadas de aquel combate brutal.
Todo ello, además, satirizado en un estilo que bebe de la intensa tradición de dibujantes y publicaciones satíricas catalanes de finales del XIX y principios del XX, y que cristaliza en una obra. En Armengol esta tradición cristaliza en una obra de una gran calidad artística, versátil y tremendamente moderna, que supera el estilo de la época y apunta ya hacia el cómic actual, mientras nos sigue interpelando sobre los límites del humor en contextos dramáticos y brutales.
Organiza y produce: Museu Nacional d’Art de Catalunya en colaboración con MuVIM, Valencia
Esta entrada da acceso a la exposición temporal “Tinta contra Hitler” y a la muestra “Dibujos del Museo Nacional. Chispas de la Guerra, 1914/1918”
La exposición plantea el descubrimiento de una gran sátira que nos interpela sobre el autoritarismo, el dolor y los límites del humor y el arte en tiempos convulsos. Mario Armengol Torrella (Sant Joan de les Abadesses, 1909 – Nottingham, 1995) fue el artista, de Cataluña y el Estado español, que trabajó con mayor intensidad para la propaganda Aliada durante la Segunda Guerra Mundial. Hijo de industriales textiles de Terrassa, su historia fue la del clásico literario catalán, L’auca del senyor Esteve: él quería ser artista y no fabricante. Republicano desencantado, en plena Guerra Civil española se alistó en la Legión extranjera francesa. Luchó contra los nazis en Noruega y acabó, en 1941, en Gran Bretaña contratado por el Ministerio de Información del gobierno de Churchill, erigido en uno de los caricaturistas más destacados del peor conflicto jamás vivido, aunque ni antes ni después se dedicara a ello.
Hasta 1945 dibujó unos dos mil cartoons contra Hitler y sus aliados, publicados en periódicos del mundo entero, de Nueva Zelanda a Chile pasando por Haití. Un fresco donde aparecen todos los frentes y los protagonistas, con un humor que los británicos reconocían como «afilado, amargo y cáustico, típicamente catalán», con una versatilidad de estilo que apuntaba hacia el cómic actual.
Armengol, antes de combatir al nazismo con tinta y humor, lo hizo con el fusil. Se alistó en la Legión extranjera francesa en noviembre de 1938 en París. Fue destinado, primero, al Sahara y, al estallar la guerra, luchó en los fiordos noruegos de Narvik junto a soldados franceses, británicos, polacos, catalanes y españoles republicanos, intentando frenar la expansión alemana hacia el Ártico. Dibujó sus experiencias en caricaturas en el Reino Unido, justo después de llegar de las batallas de Noruega de 1940 y de la retirada Aliada de Francia.
La sátira no cambia la estrategia militar, pero sirve para burlarse de ella. Desde el Londres que resistía, era necesario ridiculizar el supuesto genio militar prusiano, heredero del general Clausewitz, para explicar que sería derrotado indefectiblemente. Este fue el poder infinito de Armengol: podía doblar cañones mientras Hitler cantaba victoria o romper submarinos U-boot bajo las gélidas aguas del Atlántico mientras los nazis aseguraban que cada vez tenían más. Era la batalla real interpretada sobre el papel de los diarios y las revistas por el caricaturista bajo las órdenes del Ministerio de Información británico. Quizás las indicaciones recibidas fueron fieles retratos de la realidad militar, o quizás no del todo, pero en sus dibujos los alemanes siempre perdían las batallas haciendo el ridículo.
La guerra también es cultural. Ningún ámbito de las sociedades enfrentadas quedaba fuera del combate. Ópera, pintura, novelas, dibujos animados… la cultura sirvió a Armengol para ridiculizar al Tercer Reich. No faltaba Mussolini caracterizado como el bufón del duque de Mantua en el Rigoletto de Verdi o el cuadro El ángelus de Millet para evocar un cielo de futura victoria. Vemos a Roosevelt convertido en un gigantesco Gulliver arrastrando a la US Navy hacia el «paraíso» japonés, a la mitología germánica ridiculizada en los nibelungos wagnerianos o al Mickey Mouse de Fantasía transformado en un Hitler que hipnotiza al pueblo alemán como a escobas. Y en los adoquines ensangrentados de Praga, el dibujante se adelanta al cómic negro actual.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, solo hacía veinte años que había acabado la Primera. Los protagonistas y las batallas de 1914-1918, así como la traumática gestión de los tratados de paz, estaban presentes en el imaginario colectivo y en el humor de Armengol. Satirizar la ambición alemana del pasado era satirizar la del presente, y por su lápiz desfilaron el bigote del káiser Guillermo II y la tumba del mariscal Paul Von Hindenburg, la batalla del Marne y el fundador del Segundo Reich en 1871, el canciller de hierro Otto von Bismarck. Había referentes gloriosos alemanes, pero, sobre todo, figuras derrotadas como acabará siéndolo el propio Hitler.
Sin paliativos, los cartoons de Armengol disparan contra los amigos del Tercer Reich. Primero, y con una contundencia extrema, contra los colaboracionistas franceses liderados por el decrépito mariscal Pétain y su presidente de gobierno, Laval, a quien –rozando el racismo– caricaturiza con rasgos que lo aproximan a una fisonomía gitana. Al otro lado de los Alpes, dibuja al dictador italiano, Mussolini, como un niño tonto que juega a la guerra en un mundo de fantasía menospreciado por los alemanes. ¿Y a los japoneses? Hace escarnio de sus dudas y rasgos físicos vistos por los occidentales.
La neutralidad tiene diferentes intensidades, como la sátira que Armengol aplica a los países que intentan no mojarse en la guerra. Lo más difícil es caricaturizar la complejidad de cada caso. Saber cómo transmitir el papel de los que, quizás, hacen negocio con la muerte o que se han salvado del drama por los intereses de los contendientes. La diplomacia y la realpolitik se convertirán en la clave para interpretar cada situación. Finlandia, por ejemplo, fue una democracia atacada por los soviéticos primero, aliada de los nazis después y que, en el último momento, se pasará al bando ganador.
Entre los miles de dibujos que Armengol produjo para las autoridades británicas, el artista catalán se acabó reencontrando con el origen de su periplo vital, con su dictador, quien le llevó a aquella mesa y a aquella tinta: Francisco Franco. ¿Cómo dibujarlo? ¿Con rabia o con desprecio? El Generalísimo le facilitó las cosas y el caricaturista lo dibujó como un pequeño títere. Un limpiabotas en las manos de aquel Hitler que lo ha elevado al poder en España, o como un militar de poca monta que traiciona a su «maestro alemán» y corre tras los británicos al ver al Tercer Reich zozobrar. Un Franco que tanto británicos –y americanos– como alemanes intentan inclinar hacia su bando y conseguirá sobrevivir al desenlace de 1945.
Una guerra se gana con balas y moral, con metralla y convencimiento. Hay que carcomer al enemigo y reforzar el espíritu propio. Así, Armengol moja su sátira en la implosión del Tercer Reich. Las columnas de la moral alemana tiemblan, derribando el discurso nazi liderado por el ministro de Propaganda, Goebbels, que define a Alemania como totalmente invencible. Y el caricaturista se recrea en la arrogancia alemana arrodillada, las condecoraciones desesperadas de última hora y la incapacidad para aceptar su derrota. Con una población que no entiende por qué su Reich está perdiendo la guerra: «¿No éramos una raza superior?».
¿Podemos caricaturizar ciudades bombardeadas con decenas de miles de víctimas? ¿Podemos dibujar al enemigo como a carne picada para salchichas? ¿O mostrarlo como un simio? ¿Dónde está el límite de lo que podemos dibujar para convencernos de que nuestro bando es el correcto? La primera paradoja es visual. Cuando Armengol dibuja humanos crucificados en la esvástica, no quiere hacernos reír, quiere que reflexionemos. Sin embargo, lo dibuja como si fuera una caricatura: nos acercamos al periódico con la mirada preparada para reír, y el impacto nos hace dudar. Y siguen infinitas paradojas porque infinitos eran los matices y el dolor, y a él le pagaban para hacernos reír. Sus cartoons son un territorio fértil para un debate que hoy en día nos continúa interpelando: ¿dónde acaba la ironía y empieza la crueldad?
Contratado por el Gobierno británico, Armengol se tiene que inventar, de golpe, un estilo incisivo de sátira de guerra para consumidores de países lejanos y formas diferentes a la suya de entender el mundo: nunca había sido caricaturista. Al ponerse a ello, le vemos la influencia de dos cartoonists con los que trabó amistad, David Low y Stephen Roth. Pero él lleva consigo la potente herencia del afiladísimo humor gráfico catalán que pudo absorber de En Patufet, L’Esquella de la Torratxa, Papitu o El Be Negre. Él mismo reconoce este legado en Londres al hablar de Feliu Elias, Apa. Un humor sin freno que él aplicará a la Segunda Guerra Mundial: el Ministerio de Información británico ponía límites al humor contra el enemigo, y por eso sorprende que dieran tanta cuerda a la sátira de Armengol.
Los sueños de Hitler y su maquinaria propagandística anunciaban un «Reich de Mil Años», un predominio germánico sobre Europa que se extendería por los siglos. Sin embargo, la realidad acortó su existencia a doce años, aunque el sufrimiento causado sí que fue milenario. Es la contravictoria dibujada en un solo movimiento operístico: los soldados alemanes –más peleles que nunca– atravesando, presas del pánico, el Arco del Triunfo de París. La historia se rebobina y lo que en 1940 era un desfile de prepotencia, en 1944, es la representación gráfica del hundimiento del Tercer Reich. Los soldados de Hitler ya no tienen fuerzas, ni convicción… ni dientes. Al Führer solo le queda apelar al milagro, a las armas mágicas que quiere creer que cambiarán el curso de la guerra.
Primero, resistencia. Después, ofensiva. Y, al final, victoria, con la V que Churchill ha exhibido desde el primer momento. En los dibujos de Armengol todo es autoconvencimiento y mensajes en positivo para difundirlos entre los lectores desde América hasta Oceanía. Solo los nuestros pueden ganar. La historia les ha dado la razón y los Aliados –Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética– ganarán la guerra. El mito nazi se ha quedado desnudo y la Guerra Fría ya se insinúa. Es el final de un combate de propagandas, un choque de potencias que han movilizado toda su capacidad de persuasión. Se acerca el final y todos llaman a la puerta de las Naciones Unidas recién nacidas.