Relatos visuales

Es uno de los géneros más cultivados por los artistas, pese a ser poco valorado por la literatura artística de la época. Representar frutas, verduras, flores, animales de caza o pescados se convirtió en una herramienta formativa, puesto que resolver problemas como la incidencia de la luz sobre los objetos era un auténtico reto creativo. Se recuperaron anécdotas protagonizadas por pintores antiguos, quienes con pericia y habilidad técnica habían engañado al espectador, que no había sabido diferenciar la realidad natural de la pintada. El humanismo incitaba a la rivalidad entre artistas antiguos y modernos, como un modo de valorar su competencia y virtuosismo.
Influenciada por la Contrarreforma, la pintura barroca potenció el subgénero de la Vanitas: incidía en lo efímero de la existencia humana y transmitía la idea de la superioridad de la vida contemplativa y la fugacidad de los bienes materiales.
Francisco de Zurbarán, Naturaleza muerta de cacharros, entre 1650-1660 |
Guirnaldas y flores, símbolos de la fugacidad de la vida
El descubrimiento de especies exóticas despertó en Europa un interés por la botánica. En Flandes, la temática floral adquirió autonomía dentro del género del bodegón a principios del siglo XVII. Las guirnaldas, por ejemplo, constituyen un subgénero de la pintura de flores, que se popularizó en el contexto contrarreformista. Contenían una composición figurativa central rodeada de las flores, representadas a manera de trompe-l’oeil. Para hacer cada una de las partes, habitualmente colaboraban dos artistas especializados. En España, estos modelos se consolidaron a mediados del siglo XVII.
Siguiendo la vanitas, las flores simbolizan la fugacidad y fragilidad de la vida: la rosa es el paradigma más claro. Los lirios aluden a la pureza de la Virgen María y los claveles recuerdan el amor divino de María durante la Crucifixión, cuando sus lágrimas se transmutaron en claveles.
Juan de Arellano, Cesta de flores, hacia 1670 |
Bartolomé Pérez, Guirnalda de flores con san Gabriel Arcángel, hacia 1676 |
Zeuxis y Parrasio, la rivalidad de dos maestros clásicos
Para la teoría del arte renacentista y barroco del historiador clásico, Plinio era un erudito que se debía consultar. Había puesto en valor la condición liberal de la práctica artística y el reconocimiento social de los maestros antiguos y su modelo servía para reivindicar los autores contemporáneos, capaces, como los antiguos, de alcanzar un alto grado de perfección.
En sus textos, Plinio valora el virtuosismo pictórico, como lo hace en la narración de la competición entre los pintores helenos Zeuxis y Parrasio. La pugna comenzó con un ramillete de uva pintado por Zeuxis, tan real, que unos pájaros picaron el racimo. Orgulloso de su éxito, pidió que se corriera la cortina que había pintado Parrasio, pensándose que ocultaba la creación de su rival. Al darse cuenta de su error, Zeuxis reconoció el éxito del contrincante: él había engañado a los pájaros, pero Parrasio le había engañado a él.
Juan de Zurbarán se adapta perfectamente a los parámetros de este tipo de producciones. Las obras del napolitano Tomaso Realfonzo, que acentuó el ilusionismo pictórico recurriendo a una amplia variedad de tipologías animales, son una derivación.
Juan de Zurbarán, Naturaleza muerta con fruta y jilguero, 1639-1640 |
El retrato se convierte en un género muy cultivado por los artistas de la época. Deudor de la difusión de la medalla renacentista, es uno de los principales signos de identidad de la nueva cultura del momento. La colección del museo refleja los distintos usos simbólicos que de él se hacen: desde ejemplares de significación religiosa, que remiten al modelo del retrato del donante, hasta otros de tipo memorialístico, que evocan a personas desaparecidas o se vinculan a la idea del poder. La afirmación de la individualidad pone de manifiesto la aparición de una nueva cosmovisión, donde el retrato es una herramienta en la que la clientela ve la plasmación del prestigio social.
El autorretrato, que documenta un cambio en la percepción del rol social del artista, adquiere importancia. Esta práctica también hace patente un incremento de la autoestima de los autores, quienes, al mismo tiempo, empiezan a firmar determinados encargos.
Jean-Honoré Fragonard, Retrato de Charles-Michel-Ange Challe (?), hacia 1769 |
Jacopo Robusti (Tintoretto), Retrato de caballero, hacia 1554 |
La imagen del donante
Las relaciones entre artista y cliente reflejan la situación dominante de los promotores de los encargos artísticos. Quien pagaba una obra elegía el artista y el tema que debía representarse, e incluso decidía los colores que había que utilizar. El intervencionismo abusivo indicaba el poder del cliente y el concepto de la obra de arte entendida como un elemento que proporcionaba prestigio social, fama y reconocimiento. La suntuosidad y la ostentación se traducían en la elección de determinados colores raros, o muy caros, que tenían significado simbólico. La aparición del donante en las escenas representadas ayudaba a consolidar este modelo. La casuística y las tipologías son variadas: desde la figuración del donante solo o acompañado de toda la familia, hasta aparecer de rodillas ante Cristo, la Virgen María o un santo. Este tipo de representación es el origen del retrato de época moderna.
Francisco Martínez, llamado «el Joven», Donantes delante un Cristo crucificado, 1594 |
Patricio Cajés, Adoración de Cristo con la familia Ayala, 1600-1610 |
Miradas autorreferenciales: el juego de los espejos
La afirmación de la dignidad de la práctica artística ligada a la aparición del autorretrato, una expresión del reconocimiento social que logra el trabajo del artista. El ejercicio de retratarse a uno mismo, además de las implicaciones egocéntricas, adquiere una dimensión más prosaica, vinculada a la necesidad de los pintores de cubrir la ausencia de encargos con ejercicios de auto representarse, mientras contemplan el propio reflejo en un espejo que usan de recurso instrumental.
El autorretrato, sin embargo, no se puede entender solo desde una óptica de autoafirmación para con la sociedad, ya que a menudo los ejemplos más interesantes corresponden a la obra más íntima del artista, la que describe su universo personal. El pintor inicia un proceso introspectivo y se desarma sobre el cuadro, más o menos sinceramente según sea su gran humildad, o se protege con una serie de máscaras. Además, se sitúa en el tiempo con el deseo de superar la fugacidad de la vida gracias a la inmortalidad del arte. Este concepto va más allá cuando se analizan series de autorretratos ejecutados en diferentes momentos, que constatan diferentes etapas vitales y estados personales del artista.
Manuel Bayeu, Autorretrato, entre 1780-1790 |
Hyacinthe Rigaud, Autorretrato [?], entre 1700-1710 |
Retratos imaginarios
La máxima humanista Gloria Dei, vivens homo, 'la gloria de Dios se encuentra en el hombre', testimonia el proceso mediante el cual la voluntad divina está presente en el individuo. Surgiría así la necesidad progresiva de abandonar las idealizaciones y encarnar el principio de verosimilitud en las figuras religiosas representadas y aproximarlas a la realidad. Las fuentes literarias fijaron convenciones para describir las figuras piadosas, manteniendo, sin embargo, la intención de respetar la auténtica vera efigie.
De este modo, sin renunciar a las licencias poéticas que los acercaban a modelos profanos, los artistas eligieron los modelos más canónicos a la hora de pintar santos, patriarcas y profetas. Hay que entender estas producciones ficticias como una tipología de para-retratos que ensanchan las fronteras del género.
Pedro Berruguete, San Gregorio Papa, hacia 1495 |
Paolo Caliari (Il Veronese), Santa Catalina, 1580-1585 |
La belleza humanista
La figura femenina retratada por Sebastiano del Piombo (Venecia 1485 - Roma 1547) se ha identificado con Vittoria Colonna, poetisa y amor platónico de Michelangelo Buonarroti, o también con su amiga Giulia Gonzaga. Pese a desconocer con seguridad la identidad de la retratada, los atributos que lo acompañan muestran una condición de persona letrada.
Destaca el libro como elemento reivindicado por la dama, el que de forma inherente contiene el topos horaciano ut pictura poesis «como la pintura así es la poesía». Por otra parte, la mujer escurre sutilmente el dedo índice entre el escote, señalando el pecho delicadamente, símbolo de su profundidad intelectual y espiritual. Este gesto responde a una iconografía rica en significado, determinada por las normas del decoro imperantes en aquel tiempo. El paisaje que se ve a través de la ventana entreabierta puede ser una referencia al modelo de belleza natural, en el que el pintor está obligado a mirarse, o un mero recurso visual utilizado por Piombo para sugerir el efecto de profundidad espacial.
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Sebastiano Luciani (Sebastiano del Piombo), Vittoria Colonna [?], 1520-1525 |
La colección conserva un notable conjunto de composiciones mitológicas y alegóricas que pone de relieve la importancia que tuvieron en la época estas narrativas extraídas de la literatura clásica. La recuperación de los modelos clasicistas plasma la actuación de artistas permeables a la incorporación de un repertorio visual más diversificado. Con todo, el proceso de asimilación no es uniforme y va desde una respuesta superficial y episódica hasta una más estructural, que responde a una cosmovisión más abierta y receptiva.
El carácter emblemático y fundacional del mito, en cuanto representación simbólica de determinados arquetipos universales, puede presentarse en clave moralizadora o pedagógica, puesto que se trata de una iconografía que difunde un ideario humanista que contribuye a la edificación moral del individuo.
Damià Campeny, Lucrecia, 1803 |
Damià Campeny, La muerte de Cleopatra, hacia 1804 |
La incorporación de la perspectiva favoreció la aparición de escenas enmarcadas en un entorno paisajístico o arquitectónico, el cual hacía más verosímiles las narraciones representadas. También hacía visible la metáfora del teórico y arquitecto renacentista Leone Battista Alberti, que consideraba la obra pictórica como una ventana abierta al mundo. Sin perder su condición narrativa, en algunas obras aparece un tratamiento formal más naturalista, un gusto por la descripción más esmerada de la realidad. Esta actitud prefigura lo que será la progresiva emancipación de un telón de fondo naturalista, primero subordinado a la representación de un relato literario, hasta convertirse en un motivo autónomo, que acabará adquiriendo una entidad propia: la pintura de paisaje propiamente dicha.
La introducción de la perspectiva o una profundidad ilusoria
La colección conserva ejemplos claros de la utilización de la perspectiva como recurso para representar el espacio. Son composiciones que documentan un uso, en algunos casos todavía embrionario y en un momento temprano, de la perspectiva lineal o monofocal: un punto de fuga sobre el que converge la mirada del espectador, situado frente a la composición e inmóvil. La Anunciación del Maestro de la Seu d’Urgell es un buen ejemplo. El sistema ordena las formas y el tamaño de los objetos en una superficie plana, y genera un efecto óptico ilusorio de profundidad y una verosimilitud en la narración que se representa. En algunos casos, la arquitectura fingida o el pavimento, en forma de tablero de ajedrez, contribuyen a potenciar la eficacia de la percepción visual.
Paolo Caliari (Il Veronese), Anunciación, 1580-1582 |
Maestro de la Seu d'Urgell, Anunciación, hacia 1495 |
El mito de Venecia
La pintura veneciana del siglo XVIII, a la representación de la Jerusalén celestial, se contrapone la imagen de Venecia, símbolo de la ciudad terrenal. Las icónicas vistas de un lugar único popularizan un género, el de las vedutti, que contribuirá a difundir una visión tópica y estereotipada de un espacio emblemático. La difusión de este tema consolidará la fama de la ciudad como una etapa obligada en el itinerario de los viajeros europeos. En el contexto del Grand Tour, el Gran Viaje, la representación de Venecia, mezcla de realidad, imaginación y fantasía, acabará por prefigurar la aparición en Occidente del mito oriental, cuya idiosincrasia cultural y patrimonial de la ciudad es deudora. El papel de los pintores en este proceso es decisivo para que con sus representaciones y un imaginario fecundo ayuden a la difusión de este ideal propagandístico.
Giovanni Antonio Canal (Canaletto), Regreso de «Il Bucintoro» el día de la Ascensión, 1745-1750 |
La aparición de nuevos actores en la escena artística occidental es una de las principales novedades en el repertorio de la época. Los personajes populares desvelan el interés y la curiosidad de los artistas, y se convierten en protagonistas de las narraciones pictóricas. El incremento del número de producciones de estas características indica la existencia de una demanda que las valora.
Excepto algunas escenas con una finalidad moralizadora implícita, la mayoría de las composiciones derivan en prácticas lúdicas y ejercicios para desencadenar emociones simpáticas, vistas desde la superioridad moral. Los personajes que aparecen en ellas conforman un abanico de situaciones ambivalentes y contradictorias. A las evidentes apariencias de miseria y precariedad se superpone una actitud de distanciamiento moral, que no busca una respuesta paternalista o generar compasión.
Quinten Metsys, Cabeza de viejo, hacia 1525 |
Pieter Quast, Interior de bodega, 1636 |