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Del 8 de octubre de 2025 al 11 de enero de 2026
Sala de prensa
En el verano de 1914, Santiago Rusiñol empezó a escribir en el «Glosari» que publicaba en L’Esquella de la Torratxa una serie de artículos con el título de «Chispas de la guerra». En estas colaboraciones no dudó en posicionarse a favor de Francia, a la que identificaba como la máxima expresión del arte y la civilización europea frente a la amenaza del expansionismo alemán.
La presente muestra, formada por una selección de unos setenta dibujos de la colección del Gabinete de Dibujos y Grabados del Museu Nacional, pone en valor la riqueza patrimonial de la mejor colección pública catalana de obra sobre papel. Al mismo tiempo, ayuda a comprender cómo las viñetas y caricaturas destinadas a ilustrar las publicaciones periódicas aparecidas en la época de la Gran Guerra constituyeron un ejercicio de catarsis tanto para los artistas como para unos lectores que se valieron de este recurso para superar los miedos y las incertidumbres generados por el estallido de un conflicto internacional que llamaba a las puertas de sus casas.
Esta selección pertenece, mayoritariamente, a la colección del periodista y empresario Miquel Agell, adquirida por el museo en 1963. Consta de más de 17.000 dibujos representativos de la actividad desarrollada por artistas ilustradores –caricaturistas– para dos de las publicaciones humorísticas catalanas más difundidas y longevas de todos los tiempos: La Campana de Gràcia (1870-1934) y L’Esquella de la Torratxa (1872-1938).
El repertorio incluye las realizaciones de alrededor de veinte artistas y su interés gravita en torno a la Primera Guerra Mundial, aunque también encontramos referencias a períodos cronológicos anteriores y posteriores. Entre otros, los protagonistas de los chistes son el káiser alemán Guillermo II o Adolf Hitler, convertido en el hazmerreír de todo el mundo, con la voluntad de exorcizar una figura que despertó, a la vez, un gran temor social. Ambos personajes han pasado a formar parte de nuestro imaginario popular.
La cultura de los mass media contribuyó a popularizar la imagen de Adolf Hitler, que se convirtió en uno de los rostros más conocidos de la historia del siglo xx.
A pesar de ser un genocida declarado y protagonizar uno de los períodos más infaustos que ha vivido la humanidad, la voluntad de mostrarlo como un sátrapa no impidió que su imagen adquiriese un gran impulso y fuera uno de los personajes más representados por los artistas de la época. Aunque los dibujantes no disimularon su animadversión hacia un hombre que transformaron en un monigote sin sentimientos ni moral, corrieron el riesgo de cumplir la profecía anunciada por la filósofa Hannah Arendt, y sin querer banalizaron el mal y su máximo responsable. En este sentido, todos los dibujantes anticiparon una cuestión que todavía mantiene una vigencia absoluta, una reflexión sobre si el humor tenía que superar o no determinados límites y hasta qué punto era legítimo convertir a un tirano, responsable de la muerte de mucha gente, en una de las figuras más icónicas del siglo xx.
La imagen de Guillermo II de Alemania –último emperador alemán y rey de Prusia–, fue una de las más representadas por los dibujantes del período anterior y coetáneo a la Gran Guerra. Muchos de los retratos del káiser explotaron sus rasgos fisionómicos más caricaturescos y lo representaron como un individuo con un gran afán de poder que desarrolló una política de expansión territorial y lideró la ofensiva alemana.
Sin embargo, la mayoría de representaciones lo transformaron en un personaje grotesco, presa fácil de unos creadores dispuestos a ridiculizar tanto su actitud impostada –subrayada por el detalle del gran bigote engominado–, como la identificación con un comportamiento militarizado, observado a partir del atributo del uniforme de oficial prusiano y el casco de hierro acabado en punta.