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Del 30 de noviembre de 2022 al 10 de abril de 2023
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Esta exposición muestra las diferentes identidades que conviven en Feliu Elias / Apa / Joan Sacs (Barcelona 1878-1948): un pintor realista; un dibujante y humorista ácido; y un historiador y crítico de arte polémico, respectivamente.
El recurso de la alteridad dio como fruto una obra extensa y diversa: más de tres mil obras entre dibujos, carteles, libros, escritos y pinturas. Y no olvidemos su labor como director de revistas, como estudioso y defensor del patrimonio o de las técnicas de los oficios dadas a conocer con el pseudónimo de Dimoni Verd (“Demonio Verde”).
Intelectual de ideas progresistas en el campo de la caricatura, fue un pintor y teórico combativo del realismo. Altavoz crítico de la vanguardia, iba en busca de la "pura realidad", nutriéndose del conocimiento del arte de los antiguos maestros y de los oficios. Hoy, podemos afirmar que su obra pictórica dialoga con los realismos(s) de entreguerras en Europa.
Una selección de sus diferentes registros creativos (procedentes del Museu Nacional d’Art de Catalunya, colecciones particulares e instituciones públicas) permite calibrar ahora su relevante aportación a la escena artística catalana, con sus propias contradicciones, y su crítica a todo aquello que se aleje del realismo.
Atraído por las posibilidades artísticas y económicas de los medios de comunicación y bajo el pseudónimo de Apa, destacó como dibujante en el ámbito de la publicidad, los carteles, los libros, publicaciones infantiles y, sobre todo, en las revistas satíricas como por ejemplo ¡Cu-Cut!, L’Esquella de la Torratxa o La Campana de Gràcia. En 1908 fundó Papitu, semanario de vanguardia estética en Cataluña y muy convulso ideológicamente. Sus dibujos antigermánicos de la Gran Guerra (publicados en Iberia y compilados en el libro Kameraden) acrecentaron su fama y proyección internacional.
Sus caricaturas, burlescas y demoledoras, capturaban el pulso de una época y patentizaban su talante republicano, izquierdista y anticlerical. Apa, comprometido con sus ideales, se mofó tanto de la Lliga Regionalista y del estamento militar como de los anarquistas de la FAI, extremo que le comportó dos exilios en París.
Lejos del ruido de la mesa de redacción de revistas y semanarios populares, el autodidacta Feliu Elias pintaba en el silencio y la soledad de su taller, especialmente después del primer exilio en París a partir de 1913. Si con la pluma era un hombre de arrebato, con los pinceles era un hombre de cordura, que buscaba la perfección y la contención de la emoción. Pero, como advertía el crítico Rafel Benet, su pintura quemaba.
Su obra, criticada en su momento por la frialdad fotográfica y posteriormente calificada de hiperrealista, era de cocción lenta. Y prácticamente sin mutaciones a lo largo de sus cuarenta años de dedicación, salvo su factura: primero de adscripción postimpresionista y, después, de minuciosidad virtuosa, fruto del estudio de las técnicas de los maestros antiguos, especialmente Vermeer de Delft. Combinaba los géneros (retrato y bodegón) con una "simpatía" por el arte de los objetos orientales, vidrios, cerámicas, tejidos Toile de Jouy o muebles imperio, sin olvidar las herramientas del oficio. Situaba en el mismo plano lo que es animado e inanimado, reflejando un sugerente juego de luces y sombras sobre los objetos. Cultivaba una pintura heredera del género de pequeño formato holandés y de la tradición francesa, con concordancias con el Novecento italiano y la Nueva Objetividad alemana.
En 1939, cuando entran las tropas franquistas en Barcelona, Feliu Elias se exilia a Francia acompañado de su familia, va pasando por varias poblaciones y no vuelve a Barcelona hasta 1947, meses antes de morir. La disciplina y el orden eran su mejor arma de combate durante aquellos años atravesados por la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y oscuros regímenes totalitarios. Y a pesar de sus condiciones de salud física y mental, cada vez más precarias –estuvo internado en un campo de concentración–, cuando podía pintar, continuaba aferrado a un realismo objetivo, sin mostrar aparentes signos de adversidad.
Estas telas decoraban la casa del abogado Francesc Masferrer, que quería homenajear a su familia, comprometida con el renacimiento cultural de Vic. El encargo fue todo un reto para Elias, acostumbrado a los pequeños formatos y a su proverbial lentitud.
Obras de iconografía encriptada, Elias combina en ellas diferentes géneros (el paisaje, el retrato, la alegoría), con una coloración rica y, a veces, una factura divisionista. Encontramos leves ecos tal vez de las diabluras de Jan Brueghel, de William Blake, artista que entonces se redescubría historiográficamente, o del arte oriental. Se trata de un conjunto teatral, fantasioso, conectado con elementos de la tradición (fruto de su bagaje y erudición), la contemporaneidad (el debate de la construcción moderna, como por ejemplo los rascacielos), epítome del arte de Feliu Elias y su metapintura.
Bajo el nombre de Joan Sacs, tomado prestado de uno de los maestros cantores de Núremberg de Wagner (Hans Sachs), Elias crea un corpus estético, consecuencia de su primera estancia en París, que se manifiesta en varios artículos publicados en la Revista Nueva y en La pintura francesa moderna hasta el cubismo. El conocimiento del impresionismo hace que Sacs se aproxime a un arte que explora nuevas visiones de la realidad, presente en Barcelona con artistas como Robert y Sonia Delaunay, Celso Lagar, Joaquim Torres-García, Rafael Barradas o Jean Metzinger. Pero esta actitud abierta sufre un retroceso a partir de 1920, cuando reclama un retorno a la tradición y a la Escuela de Bellas Artes. Sus embestidas contra la vanguardia son sonadas, en especial las reseñas contra Joan Miró, el Picasso cubista y el Salvador Dalí surrealista. Por el contrario, elogia a Josep de Togores, Marian Andreu, Francesc Vayreda, Marian Pidelaserra, Manuel Humbert, Ferran Callicó y se rebela condescendiente con Ramon Calsina, formulando a través de sus críticas un tipo de canon del realismo "sui generis”. A través de su pensamiento estético emerge el debate entre realismo y vanguardia de principios de siglo en Cataluña, con sus defensores y detractores.