La obra nos informa de cómo Fortuny utilizó el dibujo con una función instrumental, como recurso preparatorio para la realización de una pintura. En concreto, en 1870, el reusense decoró un abanico, adquirido por Lluís Plandiura, en 1929 al marqués de Valverde, con una representación de una pareja amorosa vestida con indumentaria de época y que forma parte de la colección del MNAC. Realizada en París, tanto el dibujo como el abanico ponen de manifiesto la predilección del pintor por las temáticas históricas, en un año en el que la presentación de la Vicaría a la sociedad parisina desató un fenómeno de fortunymanía que contribuyó a convertirlo en el pintor catalán más internacional del siglo XIX.

El dibujo preparatorio confirma la importancia que para el proceso creativo tuvo siempre el cultivo de una disciplina que en este caso le ayudó a resolver los problemas compositivos y generar una dinámica metodológica presidida por los principios del rigor y la disciplina. Sin embargo, el planteamiento de la idea artística ya está presente en el papel, en el que, al igual que en el abanico encontramos muchas de las características que definen un estilo elegante, refinado y preciosista. Del mismo modo, también se puede comprobar un talento innato tanto por la representación figurativa, que crea un efecto de profundidad muy virtuoso, como por la ambientación naturalista de una escena en la que existen citas a elementos de la flora, la botánica y un escenario de jardín que podemos identificar con los jardines del Palacio de Versalles. La composición pone de manifiesto un proceso de asimilación de una amalgama de influencias que van desde el conocimiento de la estampa japonesa, la práctica de un naturalismo ambiental, hasta una puesta en escena que evoca la pintura rococó francesa.