Imágenes para conversos, imágenes de conversos
Tras los pogromos que en 1391 asolaron buena parte de las aljamas peninsulares, un gran número de judíos se vio obligado a abrazar el cristianismo. Lejos de acabar con las tensiones, el proceso de conversión masiva aumentó el temor de que el cristianismo estuviera ahora amenazado por el judaísmo desde su propio seno. A través de la acusación de judaizar, los miedos y ansiedades se redirigieron hacia los cristianos nuevos, es decir, hacia los conversos y sus descendientes. En esta situación, única en toda Europa, las imágenes fueron un medio activo y poderoso para expresar deseos e inquietudes de muy diversa índole. Por un lado, los cristianos favorables a la evangelización las utilizaron para transmitir la necesidad de la conversión a todos aquellos que permanecían fieles a la Ley de Moisés. Por el otro, el creciente clima de desconfianza impulsó a muchos conversos a encargar imágenes religiosas para despejar las sospechas de judaizar. En un caso u otro, las imágenes estuvieron en el centro de la polémica.
Las imágenes como testimonio acusatorio
De la misma manera que los partidarios de la catequesis persuasiva consideraron que las imágenes eran necesarias para incitar a los conversos a practicar las formas de devoción cristiana, los delirios de los inquisidores vieron en su maltrato una acusación perfecta para condenarlos por prácticas judaizantes. No en balde, la imputación de azotar un crucifijo aparece frecuentemente en las actas de los tribunales de la Inquisición, así como en las condenas inscritas en los sambenitos. Dado el creciente clima de intolerancia que marcó la segunda mitad del siglo XV, judíos y conversos tenían que estar muy atentos a su relación con las imágenes del culto cristiano. Cualquier sospecha sobre una manipulación irreverente podía resultar fatal.
Piedad, h. 1462
Buril, 155 x 95 mm
Tortosa (Tarragona), Arxiu Històric Diocesà, Causes Criminals
Los cristianos nuevos y las imágenes
Estas cuatro representaciones de Cristo revelan la trascendencia que tuvieron las imágenes para los cristianos nuevos. Una de ellas, el Cristo de la cepa, es un milagroso testimonio de conversión, mientras otra, el crucificado encargado por Alonso de Burgos, se antoja la expresión de una posición más ortodoxa. La presión ejercida sobre los conversos y las cada vez más habituales acusaciones de judaizar hicieron que las imágenes religiosas se convirtieran en auténticos certificados de identidad cristiana, como sería el caso de los bustos de Antoniazzo Romano y Juan Sánchez de San Román. Destaca igualmente la pluralidad de opciones estéticas, que abarcan desde la rusticidad más bizarra hasta la más exquisita sofisticación, apreciable en la combinación del naturalismo flamenco con modelos de tradición bizantina.
Juan Sánchez de San Román, Cristo Varón de dolores, h. 1500
Óleo y pan de oro sobre tabla, 48,6 x 38, 6 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado. Fotografías José Baztán y Alberto Otero
Evangelización y predicación
A las conversiones forzadas posteriores a 1391 se añadió, paralelamente, una intensa política de evangelización de los colectivos judíos que permanecieron en el territorio peninsular. Herederos de los postulados de san Agustín y san Pablo, los predicadores cristianos defendían que el pueblo judío podría ser salvado si asumía su error y participaba de una conversión universal que uniría a viejos y nuevos cristianos. Esta labor de persuasión catequética se desarrolló al tiempo que se promulgaban nuevas medidas discriminatorias, como las Leyes de Ayllón (1412), que aumentaron la presión sobre los judíos. Los hechos señalan que el proselitismo y el recurso a la predicación siempre fueron acompañados por las amenazas y las medidas segregadoras.
Juan de Nalda, Virgen de la Misericordia, h. 1500
Óleo sobre tabla, 157 x 75 cm
Madrid, Museo Arqueológico Nacional, inv. 51812. Foto Raul Fernández Ruíz
Detalles judíos en obras de conversos
La existencia de un gran movimiento de falsos conversos o criptojudíos fue producto de la imaginación de los inquisidores. En realidad, fueron pocos los conversos que siguieron manteniendo creencias propias del judaísmo, siempre en grupos reducidos, sin corpus doctrinal y sin organización. Otra cosa es que en algunas imágenes se ofreciese una mirada cristiana con tintes judíos, la misma actitud que impulsó a muchos conversos a mantener algunas tradiciones y costumbres de sus antepasados (entre ellas, guardar los sábados o ciertos hábitos alimentarios). Es esa original mirada la que parece reflejarse en algunas pinturas de Bartolomé Bermejo, probablemente un pintor converso descendiente de judíos del que sabemos que, durante su fructífera estancia en Daroca (h. 1470-76), mantuvo una estrecha relación profesional con una dinámica comunidad de cristianos nuevos.
Bartolomé Bermejo, Descenso de Cristo al Limbo, h. 1474-79
Óleo y dorado sobre tabla, 89,5 x 69,5 cm
Barcelona, Museu Nacional d’art de Catalunya, MNAC 15872