Natura morta amb fruites i flors, completada per una figura femenina i un gos. Una típica escena de gènere de la segona meitat del segle XVII, que va ser dominada per pintors flamencs o germànics com ara Abraham Brueghel o Franz Werner von Tamm, i també alguns italians com són Nicola Vaccaro o Andrea Belvedere. Una obra que podria situar-se cronològicament cap a l'any 1700.
Una serie de recipientes, metálicos y de barro, están dispuestos sobre un alféizar. El otro protagonista es la luz, que hace aparecer los objetos de la negrura del fondo, modela los volúmenes y contrasta sus colores. Una composición pictórica que respira serenidad y silencio, donde el tiempo está detenido, y con un significado conceptual que nos traslada a experiencias como las que propone el arte de vanguardia. Es un ejemplo del género de la naturaleza muerta en la pintura del Siglo de Oro español y también del gusto por lo esencial en el arte de Zurbarán.
Cuatro membrillos de tamaño natural destacan sobre el fondo negro, mientras un foco de luz modela, desde la izquierda, la fruta, que refleja su color dorado en el borde del metal del plato que la acoge. Debajo a la derecha, en primer término, una tela blanca. El lienzo original está reentelado y los estudios radiográficos llevan a pensar que un día se recortó de otra tela más grande para convertir-la en un cuadro independiente. Quizás se tratara de un detalle de una escena religiosa de interior doméstico con un plato de fruta que aludía a la Redención, frecuente en la producción de Zurbarán. Hay discrepancias sobre la cronología. La factura pictórica y la composición sitúan la tela cerca de los años treinta del siglo XVII, aunque también se podría relacionar con las obras de la última etapa del artista.
Como la mayoría de las naturalezas muertas, la disposición de la cesta y los frutos parece casual, pero la composición está estudiada. Hay dos factores que inciden. Uno es relativamente habitual: una cesta que domina el eje del cuadro. El otro es más innovador: un fondo oscuro que contrasta con la fuerte iluminación y el color de la fruta y las hojas. Por las características formales, la obra se consideró pintada en Sevilla en la década de los años 40 del siglo XVII. La atribución a Juan de Zurbarán se basa en las enormes analogías de este cuadro con otra naturaleza muerta conservada en Finlandia, una de las únicas tres obras firmadas por el artista.