La presencia de «Oriente» en la cultura y el arte burgueses de la segunda mitad del siglo XIX tiene dos motivos. Por un lado, su descubrimiento coincide con las campañas imperialistas de las potencias europeas, que colonizan el norte de África; por otro, un «Oriente» fantástico, muy distinto del real, se convierte para el imaginario europeo en el lugar donde la pasión, ya desaparecida en la metrópoli, aún es posible. El orientalismo, en fin, cargado de sueños consoladores, se convierte en uno de los temas más comerciales de los nuevos mercados del arte.