La producción simbólica de la modernidad tiene infinitas caras, y muchas de ellas son conservadoras. Tanto la Iglesia como las instituciones de la burguesía desarrollaron un arte público monumental –arquitectura, escultura, pintura mural, etc.– que, a través de las técnicas de la modernidad, transmitía mensajes de poder y jerarquía tradicionales. Los propios artistas encontraron en las galerías, exposiciones o salones maneras para satisfacer la mala conciencia de la burguesía. Así, la pobreza, la vejez, las miserias humanas, la caridad o el sentimentalismo religioso se convirtieron en temas artísticos de éxito.