Gaudí [1] es la figura más conocida del modernisme y, con diferencia, la más relevante. Pero, en el contexto riquísimo de finales del siglo XIX y principios del XX en Barcelona, no se trata de un genio aislado. Su obra no surge de su imaginación solitaria, sino que lleva al extremo más radical las aspiraciones características del modernisme y, en particular, de su arquitectura: la síntesis de las artes y los oficios, y del arte y la vida, bajo el liderazgo del arquitecto. Pese a todo, y dada su radicalidad, Gaudí difícilmente podía tener discípulos. Jujol [2], que colaboró con él a partir de aproximadamente 1906, fue el único capaz de mantener la tensión del maestro en su obra, con actitudes que acaban convergiendo con las técnicas de las vanguardias: collage, assemblage, etc.