A finales del siglo XIX, París es la capital de la modernidad. Centro indiscutido de la moda y los mercados del lujo, lo es también de los mercados de masas y del ocio popular, tanto como de los nuevos media: publicidad, cartelismo, etc. En París se dan las condiciones propicias para un arte independiente: críticos influyentes, abundancia de publicaciones, cenáculos de todo tipo, galeristas y clientes interesados por la vanguardia. El artista moderno no puede dejar de probar suerte allí, y lo cierto es que muchos, llegados del mundo entero, realizarán su mejor obra en los breves años parisinos, bajo el shock de la ciudad espectáculo.