A finales de los años cuarenta, Cataluña vive un clima de revitalización artística desde el que se intentan recuperar algunas sendas interrumpidas por la Guerra Civil. Aparecen, entonces, colectivos como Cobalto 49, o Dau al Set, entre otros; eventos como los Salones de Octubre y los Ciclos Experimentales de Arte Nuevo; publicaciones como Ariel o la revista Algol. Además, ya en la década de los cincuenta, diversos artistas que más tarde adquirieron una gran relevancia viajan a París, donde asisten al “ocaso” del surrealismo y a la aparición de lo que podríamos llamar la última gran pintura europea, personificada por Michaux, Fautrier, Wols, Dubuffet, Mathieu, etc. También establecen contacto con Joan Miró y Pablo Picasso, los maestros de vanguardia exiliados en la capital francesa, de quienes ansían recibir el testigo de la modernidad o, quizás, un simple beneplácito que legitime sus inquietudes rupturistas.
Casi treinta años más tarde, tras la muerte del dictador Francisco Franco, Cataluña se convierte en el epicentro de la cultura libertaria: el 2 de julio de 1977, precisamente a las puertas del actual Museu Nacional d’Art de Catalunya, tiene lugar el multitudinario mitin de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) en el que participan emblemáticos dirigentes anarcosindicalistas en el exilio, como Federica Montseny y Josep Peirats. Meses después, entre el 22 y el 25 de julio, se celebran la Jornadas Libertarias Internacionales en el Park Güell, que congregan a un millón de ciudadanos durante varios días. Vistos en perspectiva, ambos acontecimientos constituyen, hoy, una invitación a repensar, mediante otros horizontes, la historia democrática en nuestro país.
Esta exposición trata de acercarse al desarrollo de las prácticas artísticas en Cataluña durante veintisiete años, entre 1950 y 1977, releyendo los relatos que las narraron desde el presente, a partir de unas coordenadas que permitan calibrar sus vínculos y sus disparidades, sus tensiones y sus transferencias. Las obras de los artistas conviven con los testimonios de la historiografía y con numerosos materiales que documentan cómo fue articulándose el panorama institucional, la escena de galerías o el mapa de espacios alternativos.
En este sentido, la muestra se complementa y prolonga cronológicamente la nueva presentación de arte moderno de la Colección del Museu Nacional y prefigura una posible exposición permanente desplegada hasta finales de la década de los setenta, aunque señalando, también, visiones monográficas futuras, así como los fondos documentales del museo.
Para algunas narraciones historiográficas Dau al Set se ha convertido en una especie de mito originario cuya impronta ha eclipsado a numerosos autores y grupos que ocupan un lugar relevante en el desarrollo de la modernidad en Cataluña, artistas como Josefa Tolrà, José María Nunes, Antoni Clavé, Ángel Ferrant o Joaquim Puigvert, colectivos como CLUB 49 y diseñadores de la talla de Ricard Giralt Miracle, entre muchos otros.
Igualmente significativa fue la actividad de la Sala Gaspar y las Galeries Laietanes, verdaderos epicentros donde se llevaron a cabo las propuestas más arriesgadas de los años cincuenta. Asimismo, las artes escénicas viven entonces un impulso trascendental de la mano de los coreógrafos Joan Tena y Joan Magrinyà, los dramaturgos Ricard Salvat y Maria Aurèlia Capmany, así como por parte de Joan Brossa, un autor muy importante para entender las prácticas performativas posteriores. Junto a ellos, cabe señalar a los teóricos Alexandre Cirici Pellicer, Rafael Santos Torroella, Cesáreo Rodríguez-Aguilera y Juan-Eduardo Cirlot, éste último con una obra poética avanzada a su tiempo.
La década de los sesenta se extiende desde el declive de la pintura informalista hasta las primeras manifestaciones del arte conceptual. Aquí encontramos tendencias pictóricas como el esencialismo de Pic Adrian o los collages expresionistas de Armand Cardona Torrandell y Modest Cuixart, la performance plástica del Grup Gallot de Sabadell, las investigaciones con papel de estaño de Joaquim Llucià y el trabajo cromático de Albert Ràfols Casamada. Paralelamente aparecen grupos de experimentación sonora como Música Oberta, impulsado por Josep Maria Mestres Quadreny, junto a las propuestas de raíz povera de Antoni Llena, Jordi Galí, Sílvia Gubern y Juan Carlos Pérez Sánchez en el Jardí del Maduixer. En Lleida se funda el Grup Cogul, orientado hacia el pop art, que tuvo en la Petite Gallerie de la Alliance Française su espacio de visibilidad. La muestra MAN, los Salones de Mayo y las exposiciones Machines, en la Sala Lleonart, y Nuevas expresiones, en la Gaspar, certifican el arraigo de las estéticas pop que preludiarían las prácticas conceptuales posteriores. En este sentido, el mural efímero de Joan Miró para la sede del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya constituye un punto de inflexión significativo, así como la Galería René Metras, que permitió ver el trabajo de los pintores franceses más importantes del momento.
La actividad teórica de este momento también resulta fundamental. Aquí encontramos desde Joan Perucho y Alexandre Cirici a Manuel Vázquez Montalbán, quien escribe para la revista Hogares Modernos bajo el seudónimo de Jack el Decorador, desde las publicaciones Serra d’Or, Questions d’Art y Destino a los ensayos de Xavier Rubert de Ventós, Romà Gubern, Eugenio Trías, Iván Tubau, Juan-Eduardo Cirlot y Terenci Moix.
Objeto de exhaustivas relecturas tanto museográficas como teóricas, el arte conceptual en Cataluña ha devenido, al menos durante las últimas dos décadas, una suerte de contra relato canónico dentro de la lectura de los años setenta. Grup de Treball, un colectivo fuertemente politizado, que reunió a diversos artistas cuyas trayectorias posteriores adquirieron gran relevancia, ocupa un lugar destacado dentro de esta genealogía crítica. Junto a éste, el Taller de Arquitectura, plataforma multidisciplinar integrada por pintores, poetas, arquitectos y cineastas, así como los grupos Gran de Gràcia, Praxis (Girona) y Tint-2 (Banyoles) componen un espectro que permite comprender el arraigo de los lenguajes desmaterializados y la crítica social en el contexto catalán.
La pintura de los setenta reúne, al menos, tres generaciones de artistas muy activos, desde Antoni Tàpies y Joan Ponç hasta Joaquim Chancho, Joan Pere Viladecans, Robert Llimós y Frederic Amat, pasando por Joan Hernández Pijuan, un vínculo entre ambas. Por otro lado, la fotografía engloba a Oriol Maspons y Colita con Manolo Laguillo.
Se aprecia un notable incremento de los espacios expositivos, sobre todo las galerías (Joan Prats, Ciento, Mec Mec, Trece, G, Sala Aixelà, Eude, 49, Maeght, Galería Cadaqués, etc). La Sala Trece en Sabadell y, sobre todo, la Sala Vinçon, un verdadero meeting point para la época, certifican la actividad artística de estos años que son, también, los de la aparición de diversas revistas contraculturales como Ajoblanco, El Rrollo enmascarado y Star; de humor satírico, por ejemplo El Jueves y Por Favor; o de pensamiento político, como El Viejo Topo.
La editorial Gustavo Gili, con sus colecciones sobre diseño y arquitectura, ocupa un lugar destacado, así como CAU y Carrer de la Ciutat. Llibres del Mall testimonia la importancia de la actividad poética a lo largo de este período.