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Un museo moderno para un país moderno. En los documentos del proyecto de creación del Museo destacan términos como revisión de los edificios, dignificación y ennoblecimiento, limpieza y restauración de las obras. Por primera vez, y con una ambición ilimitada, Barcelona y el país podrían contar con un museo en un edificio singular, con un taller de restauración, publicaciones propias, investigación y exhibición singularizada de las grandes colecciones medievales, modernas y contemporáneas. Al frente de esta tarea se situó Joaquim Folch i Torres, historiador del arte y museógrafo de quien se dijo que había salvado el patrimonio artístico catalán en dos ocasiones: primero, con el hallazgo, protección y museización del arte románico pirenaico, y posteriormente, durante la Guerra Civil, en colaboración con otros profesionales, protegiendo el patrimonio de los estragos de la ola revolucionaria y los bombardeos y agresiones fascistas.
La sublevación fascista provocó una profunda crisis en el sistema institucional republicano, que fue aprovechada por los sectores políticos y sociales más radicales para intentar impulsar un proceso revolucionario con una vertiente anticlerical muy marcada. El patrimonio religioso, arquitectónico y artístico, así como muchos de los hombres y mujeres de Iglesia, fueron el principal objetivo de este intento de revolución. Lo que quedó fue un paisaje de destrucción material y muertes violentas.
«Sin fuerza para imponerse, ni los gobernantes bien intencionados ni los instrumentos de justicia pudieron evitar los desbordamientos y los crímenes de quienes, con cierto eufemismo, se denominaban “los incontrolados”, pero que, generalmente, eran dirigidos por comités de la FAI. [...] Mientras tanto, la Generalitat se esforzaba en aminorar el daño y salvar todo lo que se pudiera del patrimonio artístico. [...] La quema de iglesias fue profundamente dolorosa...» (Carles Pi i Sunyer)
«A pesar de las dificultades que el salvamento ofrecía, el personal del Museo (y algunos colaboradores voluntarios que al mismo se habían unido) no cejaron en la noble empresa que se les había señalado, y ello sin disponer de fuerza armada que les protegiera. [...] En cada una de las poblaciones no faltó, en el momento de mayor peligro, un pequeño núcleo de ciudadanos beneméritos, amigos del arte, que acudió a evitar la destrucción. Alrededor del personal del Museo local (donde lo había) o de la Escuela de Bellas Artes (donde existía), se sumaron los voluntarios, constituyendo “Comités” o sin constituirlos, que hicieron comprender a los revolucionarios que incendiaban la barbaridad que iban a cometer.» (Joaquim Folch i Torres, 1939)
La salvaguardia de urgencia del patrimonio público y privado (objetos y piezas de arte procedentes de edificios religiosos y locales públicos, colecciones privadas, algunas muy conocidas y de alto valor artístico) empezó en cuanto se aplastó la rebelión fascista y estalló la ola revolucionaria. Todo lo que era salvado de la destrucción y la quema se trasladaba, en primera instancia, al Museu d’Art de Catalunya, donde se clasificaba y se ordenaba.
Se procedió del mismo modo con las grandes colecciones privadas del país y, especialmente, en Barcelona: Cambó, Plandiura, Amatller, Güell, etc. Mediante decretos de la Generalitat y la acción del personal del Servei del Patrimoni Històric, Artístic i Científic (SPHAC), estas colecciones se pusieron bajo custodia de la Generalitat.
Arte románico y gótico, del Renacimiento y del Barroco, moderno e incluso contemporáneo, retablos y óleos, tallas y esculturas, colecciones numismáticas y cerámica, entre otras tipologías, todo fue inventariado, organizado y trasladado ordenadamente. Las obras itineraron por el territorio y fueron salvaguardadas cuidadosamente en lugares alejados del frente de guerra y de objetivos civiles y militares de la aviación fascista. Estas son algunas de las obras que fueron trasladadas, junto con los listados originales que documentan sus traslados.
Desde el estallido revolucionario de julio de 1936, el Servicio de Salvaguardia del Patrimonio (que aglutinaba todas las secciones del SPHAC) consiguió salvar y catalogar gran parte del patrimonio artístico del país. Pero a finales del mismo año, y ante el temor de posibles nuevas perturbaciones, ataques y bombardeos del enemigo fascista, se decide trasladar las obras del Museu d’Art de Catalunya. Las razones de Joaquim Folch i Torres eran tres: alejar las obras de Barcelona buscando un entorno político y social más tranquilo, sacarlas de núcleos urbanos que corrían el riesgo de convertirse en objetivos militares de la aviación enemiga y acercarlas a la frontera, por si fuera necesario trasladarlas a Francia. El lugar ideal fue la iglesia de Sant Esteve d’Olot, que se convirtió en el primer gran depósito de obras de arte.
El traslado de las colecciones artísticas a la iglesia de Sant Esteve d’Olot supuso también el desplazamiento de la Comissaria General de Museus a la capital de La Garrotxa. Esta sección ocupó el segundo piso de la Casa Solà Morales, un edificio acomodado y de estilo modernista situado en el paseo del Firal de Olot. Hasta allí se desplazaron los responsables de la Comissaria y todo el equipo técnico, que se encargó del inventario, catalogación y restauración de los centenares de obras, de todos los estilos y tipologías, que se encontraban protegidas en la iglesia de Sant Esteve.
En febrero de 1937 se llevaron a cabo los preparativos de la exposición L’art catalan du Xème au XVème siècle, en París. La Comissaria General de Museus de la Generalitat de Cataluña, bajo la supervisión de Joaquim Folch i Torres, fue la encargada de alistar las piezas que se iban a exponer y de coordinar su traslado. El primer paso fue la concentración de todas las obras escogidas en el depósito de la iglesia de Sant Esteve d’Olot, ya que procedían de distintos puntos de la geografía catalana. Y desde allí se organizaron dos expediciones de camiones cargados de obras que salieron el 27 de febrero y el 9 de marzo de 1937 en dirección a París.
Estos viajes alejaron las principales obras del patrimonio artístico catalán del peligro de bombardeos fascistas y las salvaguardaron en el país vecino, donde el gobierno francés asumió los gastos económicos del traslado, los seguros y los costes de permanencia en París. Más de un centenar de piezas románicas y góticas fueron desplazadas por carretera con los medios y recursos de que disponían las autoridades catalanas.
En la primavera de 1937, París acogió la exposición L’art catalan du Xème au XVème siècle, un hito en la historia del arte catalán, pues era la primera vez que una muestra representativa del arte medieval catalán se exponía fuera del país. En el contexto de la Guerra Civil, el gobierno de la Generalitat obtuvo la autorización del gobierno de la República y la colaboración de las autoridades francesas para desplazar las principales obras románicas y góticas del patrimonio artístico catalán y exponerlas en París.
La primera sede de esta exposición fue el Jeu de Paume (marzo-abril de 1937), y se prorrogó en una segunda muestra más ampliada en el castillo de Maisons-Laffitte (junio-noviembre de 1937).
La extraordinaria calidad del arte medieval exhibido en estas muestras propició su reconocimiento internacional y reafirmó la inmensa labor de salvaguardia y preservación que llevaron a cabo los responsables del gobierno de Cataluña.
La exposición L’art catalan du Xème au XVème siècle, en el Jeu de Paume de París (marzo-abril de 1937), fue un éxito de público e hizo descubrir a los entendidos e interesados en el arte medieval europeo un patrimonio valiosísimo y desconocido en el continente hasta ese momento.
La exposición puso de manifiesto la extraordinaria labor de la Generalitat para salvaguardar el patrimonio artístico del país en los inicios de la Guerra Civil y la ola revolucionaria que la acompañó, y mostró al mundo el trabajo realizado, desde principios del siglo XX, por Joaquim Folch i Torres y otros especialistas, que había culminado en la creación y apertura del Museu d’Art de Catalunya, en 1934.
La imposibilidad de prorrogar la exposición en el Jeu de Paume y la inauguración de la Exposición Internacional de París —donde se expuso el Guernica, de Picasso, y El segador, de Joan Miró, en el Pabellón de la República española— comportaron el traslado de la exposición de arte catalán al castillo de Maisons-Laffitte, al amparo del Ministerio de Bellas Artes de la República Francesa. Los espacios del castillo fueron adaptados por Joaquim Folch i Torres y Josep Lluís Sert, se amplió la muestra con nuevas piezas llegadas de Olot y se proyectó una nueva distribución.
La muestra se acompañó de publicaciones especializadas de gran calidad. André Dezarrois, director del Jeu de Paume; Paul Vitry, conservador del Museo del Louvre; y Christian Zervos, crítico de arte y fundador de la revista de referencia Cahiers d’Art, colaboraron con textos y fotografías como nunca antes se había visto este patrimonio artístico.
A medida que la ofensiva fascista avanzaba y, sobre todo, después de la ruptura del frente con la caída parcial de Lleida, los responsables del patrimonio catalán decidieron crear nuevos depósitos, más al norte de Olot, para asegurar la integridad de las obras. El más importante fue Mas Descals, en Darnius, pero también se organizaron otros en Agullana o Bescanó, con las máximas medidas de seguridad.
Mas Descals tenía unas condiciones únicas para la preservación de las obras: una arquitectura muy sólida y un lugar discreto, lejos de las rutas transitadas y los objetivos militares de la aviación fascista. Custodiado por personal de la Generalitat, los franquistas nunca quisieron reconocer la extraordinaria labor realizada en este depósito ni en todos los demás, tanto en lo referente a la conservación como a los inventarios y registros.
En el momento de hacer balance de los «años rojos», la destrucción del patrimonio, sobre todo religioso, fue uno de los argumentos centrales. La recuperación de obras de arte y piezas artísticas y arqueológicas de los distintos depósitos que la Generalitat había preparado se convirtió en una herramienta propagandística de primer orden.
El punto de partida fue negar o esconder una realidad, esto es, que las autoridades republicanas catalanas lo habían dejado todo preparado: depósitos seguros en Mas Descals de Darnius, en Olot, en Agullana, en Viladrau, etc.; piezas empaquetadas, inventariadas, restauradas, etc. Los franquistas, a través del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (SDPAN), ocultaron todos los hechos y se dedicaron, exclusivamente, a criminalizar a los responsables, depurar a los profesionales que habían intervenido en la salvaguardia y generar un discurso repleto de mentiras, medias verdades y acusaciones injustas contra los principales responsables catalanes.
Hasta el año 1945, las autoridades franquistas no tuvieron unas relaciones fidedignas de las obras que no habían aparecido en los depósitos preparados por la Generalitat. El punto conflictivo estaba en Mas Descals, en Darnius, pero los responsables de elaborar los inventarios no pudieron establecer en qué momento habían desaparecido las obras: ¿fueron trasladadas a Francia, durante la retirada republicana? ¿Regresaron a Barcelona pero no fueron entregadas a sus propietarios, privados o públicos? ¿Acabaron en el mercado negro de obras de arte?
Como la gestión del patrimonio artístico y cultural era un asunto político, incorporaron esta cuestión a la Causa General, el gran expediente que el Estado abrió contra la Segunda República y que tuvo que cerrarse discretamente. Los documentos con las relaciones de obras no retornadas fueron archivados y las autoridades franquistas no fueron más allá.
Joaquim Folch i Torres pasó por tres ámbitos represivos: un consejo de guerra militar, la depuración de los funcionarios municipales (y de toda la Administración pública) y la derivada de la Ley de Responsabilidades Políticas, de febrero de 1939.
El embate represivo contra Folch i Torres empezó con el expediente de depuración como funcionario municipal el 21 de febrero de 1939. En septiembre de 1939 se le comunicaba la apertura de un expediente de responsabilidades políticas, y el 20 de octubre tuvo que presentarse ante un consejo de guerra. Durante más de cuatro años, hasta junio de 1944, Folch i Torres malvivió bajo la amenaza de varias condenas complementarias. Al final, fue condenado en consejo de guerra («doce años y un día de reclusión temporal», convertidos en «tres años de prisión menor») y depurado como funcionario municipal, camuflándolo como una jubilación. Todo ello, por haber actuado enérgicamente en la salvaguarda del arte catalán durante la guerra y haber organizado una exposición excepcional en París. El franquismo triunfante nunca perdonó a quien había sido el máximo responsable del salvamento del patrimonio artístico, y fundador y primer director del Museu d’Art de Catalunya.