Un triunfo del color. Los interiores de las iglesias románicas contenían una gran riqueza cromática. La decoración se basaba fundamentalmente en pintura mural y sobre tabla, de la que Cataluña es uno de los territorios más ricos. La presentación de este patrimonio en las salas del museo se inicia con las pinturas de San Juan de Boí, uno de los primeros conjuntos de pintura del románico catalán.
Sigue con los conjuntos que reciben la influencia de las pinturas románicas del norte de Italia, como Sant Quirze de Pedret y Sant Pere d’Àger, a finales del siglo xi. Una influencia que alcanza su plenitud en las pinturas del ábside de San Clemente de Taüll, indiscutible obra maestra del siglo xii. A su lado, Santa María de Taüll, el ejemplo más importante de un interior de iglesia románica catalana totalmente pintado que ha llegado hasta nuestros días.
Fijaos en los esquemas con intensas franjas de colores en las que se dividen las pinturas, la simetría de las figuras monumentales, llenas de nobleza y estatismo, las fuertes líneas de los vestidos y la tendencia a la decoración. Unos atributos que también se observan en las pinturas de San Pedro de Arlanza y las de la sala capitular de Sixena, uno de los conjuntos pictóricos más importantes de Europa, ya a finales del siglo xiii.
La pintura sobre tabla es capaz de conservar la fuerza de la pintura mural. Los mejores ejemplos son los frontales del altar, como el de los Apóstoles o de la Seu d’Urgell, Esterri de Cardós, Avià o Cardet. La talla sobre madera ofrece una visión amplia y completa del románico, con obras en diversas tipologías, como la Virgen de Ger, la Majestad Batlló o las tallas del Descendimiento de Erill la Vall.
En la escultura de piedra destacan algunas piezas de Ripoll y un amplio grupo de obras de conjuntos de la ciudad de Barcelona, como los capiteles de mármol del antiguo hospital de San Nicolás. La colección se completa con una importante muestra de esmaltes, mayoritariamente producidos en Limoges, como el Copón de la Cerdanya o el Báculo de Mondoñedo.
Descubiertos a principios del siglo xx en las iglesias de origen, las pinturas murales estaban escondidas detrás de retablos o debajo de otras capas de pintura. La actividad de recuperación del patrimonio hizo que la Generalitat asumiera las tareas de arrancarlas del muro, traspasarlas a tela y transportarlas. La incorporación al museo de la colección Plandiura [1], en 1932, y del Legado Espona [2] (catalán), en 1958, enriqueció considerablemente el fondo de arte románico.